La noche de agosto sembrada de astros. Sobre mí las altas copas de los chopos, como brazos tendidos hacia luciérnagas y cigarras. Arriba el mundo lunar, curvado, cálido. Mis ojos de entonces habían salido a perderse en el paseo tosco, de arena, junto al arroyo. Los clientes del quiosco jugaban a las cartas entre cervezas y farolas. Varias parejas se acariciaban en los bancos, a oscuras. Una mujer paseaba al perro y algunos jubilados deambulaban por el camino en ambos sentidos.
Quería pensar en ti, en tu rostro clásico, en tu cuerpo que era como una revelación, en tu alma de atlante. No recordaba exactamente cuándo habìas pulsado mi vida. Tal vez nuestra naciente historia era un ovillo con orígenes míticos, tal vez ese ovillo lo desentrañábamos por casualidad o si no, si es que nada ocurre fortuitamente, lo habíamos buscado sin saberlo.
Un dìa fue un saludo por la calle, otro día coincidir en un bar, luego charlar en una fiesta, después las cartas en el ordenador. Tú nunca fuiste a la escuela conmigo, pero me contaste en esas cartas tus edades y yo te conté las mìas. Me entregaba verbalmente a ti, tú eras más comedido. A mí siempre me costaba controlar las emociones, me bastaba un poco de aliento y yo era como un volcán o como un océano, pura materia incandescente o volumen de agua en una lágrima invisible. Poco a poco mi querencia por ti se arraigaba, como el ímpetu de un sueño. Cómo decirte que te querìa. Miedo al rechazo, miedo a la aceptación, miedo al miedo.
Pero aquella noche de agosto sembrada de astros te vi llegar solo entre los árboles. Fue un encuentro que no habìamos planeado. Ni tú ni yo sabíamos que íbamos a besarnos. Y ocurrió. Y estábamos en el mundo lunar curvado y cálido. No me hiciste promesas y yo tampoco a ti. No volvimos a vernos ni volvimos a escribirnos. Y pasaron el verano, el otoño y el invierno.
En primavera me encontré en el portátil un mensaje nuevo tuyo. Sólo decías te quiero.
Yo me pregunté por qué nos habíamos separado si con un único beso en nuestra relación, un beso con chopos y brasas, habíamos vislumbrado la eternidad. Sopesé el silencio posterior de los dos. Y comprendí que de verdad te amaba.
Y entonces volvimos al mundo lunar, a la primera vez entre chopos, luciérnagas, cigarras, noche de agosto y astros, aunque estábamos en mayo.
Y me arriesgué a quererte sin miedo al rechazo, a la aceptación o al propio miedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario