jueves, 10 de septiembre de 2015

Aire de sal

Las enormes montañas, cordillera de gigantes calizos con crestas y ropajes de prados, ensoñaciones del valle a sus pies, cielo azul liviano que asoma recortado y parece más alto que el de la llanura, nubes que pasan sin prisa, tres ríos nacientes con la frescura de septiembre, cuevas, puentes, animales lácteos, perros, turistas, hoteles cúbicos, sidrerías, gente que abrevia las palabras y amplía el alma , y una casa de piedra y madera, acogedora, con su amplio balcón que sabe que tras las curvas de la comarca, se baja  al mar abierto verde oliva, azul geoda y violeta, mientras gaviotas que nos miraron se posan en rompeolas o planean ruidosamente cerca de algún faro, casa de afecto, obsequio sin precio surgido de la amistad para unos días de vacaciones.
Los días y las noches nublados o rasos entre conversaciones, las imágenes de tiempos pasados muy lejos, a cientos de Kilómetros y algunos años de distancia,  retomadas como una copa de vino, saboreadas. El ahora como varita mágica de hada madrina y el futuro con la fuerza vital de proyectos de vida armónicos.
Me encuentro también conmigo. Y regreso alegre a mi hogar en un tren, sabiendo que  mi alma continúa comprendiendo las experiencias en pos de la felicidad que siempre busco.  Me traigo como soy, con mi propio valor al que quiero, aunque no todos  me quieran, porque la vida es así y eso no lo ignoro,  y pienso tranquilamente que nadie desconoce tampoco su propio ser, aunque a veces haya caminos torcidos que corregir. Una mano es la razón y la otra el corazón, me digo.
Sueño. No me resulta raro recordar mis sueños, y los sueños que sueños son tienen un halo extraordinario, como lo tiene el estar despierto. Todo es vivir. Y la vida es amor.




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