Al noreste de Yorkshire, a unos cuarenta kilómetros de la ciudad de Arkham, existe un lugar desolado, barrido por el viento y la lluvia, que llena de congoja a todo aquel se aventura a adentrarse. Este paraje se conoce como páramo de Stonebeach, y es centro de leyendas y canciones populares. Lo más característico del páramo, como su nombre sugiere, es la casi total ausencia de vegetación, tan sólo musgos y líquenes que visten de un verde apagado las enormes rocas aplastadas. El lugar es una melancolía de árboles cuya vista, desde el centro del páramo, sólo llega a intuirse en dirección sur, donde en días muy claros puede vislumbrarse la vegetación ribereña de los ríos Myskatonic y Hull. La extensión es plana, apenas pequeñas lomas rompen una llanura monótona y triste, si bien las grandes rocas esconden entradas y recovecos, grutas que sugieren cuevas profundas y milenarias. Otra característica es el silencio, o más bien el constante hulular de un viento sin obstáculos, en un entorno estéril que los animales evitan y los hombres no consiguen dominar.
El páramo ocupa toda la extensión de una meseta de varias decenas de kilómetros cuadrados, que se eleva unos cientos de metros por encima del pueblo del mismo nombre, Stonebeach, situado en la costa, unas dos millas al este. Este rectángulo gris se encuentra rodeado por los bosques y plácidas praderas fluviales del centro de Inglaterra, pero es ajeno a toda esa fertilidad, quedando como un extraño erial en el centro de un tapiz esmeralda. Quien se atreve a ascender la meseta y quedar al socaire del páramo, se ve sorprendido por un viento helado que corta la carne y aprieta el alma, y queda sumergido al instante en una profunda tristeza.
Aún hoy ningún camino recorre el páramo, por el que raramente se aventura nadie en soledad, pues todos prefieren la certeza de un penoso rodeo al escalofrío de un atajo incierto. El acceso a Mouthsinn, la capital del condado, sólo puede realizarse desde el sur, siguiendo la carretera de la costa entre Bridlington y Scarborough, cuyo trazado prefiere desafiar los acantilados a la ruta interna, más recta seguramente, pero cruzando el lado sureste de los páramos. Stonebeach se convierte así en el único punto habitado en varias millas a la redonda, y no lo estaría siquiera si no se tratara de un puerto natural que gozó de cierto predicamento en épocas de contrabando.
Si bien en los últimos años la instalación de algunas industrias pesqueras han dado al pueblo un cierto desarrollo, históricamente Stonebeach ha sido poco más que una aldea de pescadores de no excesiva fortuna, a los que el aislamiento y la cercanía del páramo habían dado fama de huraños y poco hospitalarios. Tal fama puede calificarse de injusta, y más debería decirse que los lugareños habían sido tradicionalmente desdeñados por su excentricidad con respecto al condado, tomando en respuesta una actitud de cierto desprecio hacia sus paisanos de Mouthsinn. Consideraban exagerada e inculta la prevención de éstos hacia el páramo, y solían responder con cierta vehemencia cuando se les preguntaba por las leyendas de personas desaparecidas al cruzarlo. Por su parte declaraban que nadie del pueblo había padecido mal alguno en el lugar, siendo quienes lo sufrían más bien forasteros inhábiles en el manejo de terrenos agrestes.
No obstante, cualquier conversación sobre el particular con un habitante de Stonebeach suele aún terminar con la fuerte recomendación de no permanecer en el páramo al caer la tarde y regresar a la posada antes de que se haga de noche. Cerca de esta posada, la única que existe en el pueblo, justo donde comienza la cuesta que lleva al páramo, existe una pieza arqueológica, un antiguo altar romano de granito en el que puede leerse la siguiente inscripción en latin:
“a quien abandona el calor del hogar sólo le espera la soledad absoluta”.
El pequeño monolito se yergue sobre un llano al comienzo de la subida al páramo. Tiene la forma de un prisma que, si bien ya desgastado por el tiempo, sin duda fue de perfectas proporciones en su origen. La piedra es de granito, muy frecuente en la zona, y carece de cualquier otro símbolo o inscripción aparte de la que figura en su lado sur, en la cara que da la espalda al páramo. Su origen no es desconocido, habiendo quedado establecido que se trata de una de las marcas del antiguo “limes” romano, que marcaba la frontera del Imperio frente a las tribus bárbaras beligerantes del norte de Britannia.
La documentación sobre ella y el propio páramo es abundante, conservándose en bibliotecas a lo largo del país referencias a ambos en crónicas manuscritas de diferentes épocas. En muchas de ellas se habla de desaparecidos, aquelarres y monstruosidades. En el siglo XIV la inquisición mandó arrasar con fuego el lugar ocho veces en apenas cincuenta años, y en los archivos del condado de Mouthsinn figuran con nombres y apellidos tres casos documentados de licantropía en el páramo. El más famoso de ellos fue el de Edward Moore, un bachiller de la época del gran teatro inglés, a principios del siglo diecisiete. La peripecia de este hombre viene relatada en un viejo manuscrito conservado precariamente en un remoto anaquel de los sótanos del edificio regidor de la capital del condado, edificio ahora reformado en su totalidad, y que fue pasto de las llamas varias veces en los últimos siglos. El manuscrito se salvó milagrosamente de aquellos incendios, si bien con secuelas, de manera que algunas partes del mismo han quedado ilegibles.
Edward Moore aparece en la crónica como Justicia Mayor de la ciudad de Mouthsinn, en la fecha de junio de 1612. Por lo que parece le lleva hasta Stonebeach la mediación en un litigio de lindes entre dos hermanos, lo cual ya empieza por resultar infrecuente, pues lo normal era que las vistas se celebraran en la capital del condado, pero cierta invalidez o enfermedad de uno de los litigantes hace que Moore se decante finalmente por visitar Stonebeach. Tal vez empujado también por la curiosidad que ya entonces suscitaba el páramo, Edward Moore llegó a la ciudad de Stonebeach el 8 de junio, noche de luna llena, acompañado de dos alguaciles y de un secretario, instalándose los cuatro en la posada de la entrada del páramo, posada que todavía existe, cuatrocientos años después.
Durante la noche nadie escucha un ruido, nadie ve nada, ni los tres acompañantes, ni el matrimonio dueño de la posada, ni un grupo de cinco arrieros que están también pernoctando allí, ni la gente del pueblo, nadie, pero a la mañana siguiente el Justicia de Mouthsinn no está en su cama, que amanece sin deshacer. La extrañeza de la desaparición empuja rápidamente a los dos alguaciles hacia el páramo, a peinar cada metro de tierra y roca, cada caverna accesible, durante tres largos días según la crónica. En tan breve periodo los rumores ponen el pueblo patas arriba, se habla de aullidos, extrañas marcas en las piedras al borde del camino, incluso un campesino llamado Flannery dice haber encontrado dos ovejas y un carnero muertos por la mañana, completamente desgarrados, y los lobos nunca suelen bajar hasta el poblado en esta época del año. El amanecer del cuarto día Moore aparece. Viene del páramo, bajando la cuesta por su propio pie. Está desnudo, tan sólo conserva la parte inferior de su vestimenta, las calzas seguramente, camina apático, como sonámbulo, parece embrujado. Su frente arde. Y tiene unas horribles cicatrices en el cuerpo, sobre todo en el rostro, como si algún animal le hubiera arrancado parte de la nariz y del labio superior.
Diez días con sus noches las pasa delirando el pobre Edward Moore en una cama de la posada de Stonebeach. Diez días en un duermevela, en silencio cuando está despierto, clavando a todo el que se acerca una mirada entre malvada y furiosa, y diez noches, que se las pasa murmurando palabras incomprensibles mientras duerme. El secretario manda aviso a Mouthsinn, y de allí envian a un clérigo cuyo nombre es algo parecido a S. Hoe, el manuscrito no se entiende muy bien en este punto, pero sí queda claro que es un experto en herejías y exorcismos. El clérigo hace el viaje de tres días armado con todas las artes de su oficio, pero al llegar, el duodécimo día después de la reaparición de Moore, el enfermo ya está mucho mejor, habla con total naturalidad y parece haber recuperado sus completas facultades. No recuerda nada, tan sólo que debió darse un golpe y cayó en una de las simas del páramo, probablemente después anduvo desorientado. Cuando le preguntan que por qué salió de la posada de madrugada, contesta que simplemente no recuerda haberlo hecho.
El clérigo declara que no tiene en qué intervenir, así que decide regresar cuanto antes a Mouthsinn, asuntos le reclaman allí, no sin antes recomendar fuertemente al Justicia que se tome unas semanas más de reposo para recuperarse completamente, y a los alguaciles que no le pierdan de vista, sobre todo por la noches. Y descansando se queda en el pueblo Edward Moore, quien se dedica en los días siguientes a pasear por los alrededores de la posada, siempre precavidamente alejado del páramo, disfrutando del aire salino y de la compañía de los curiosos habitantes de Stonebeach, para quienes el forastero no deja de ser un caso de chismorreo. Incluso los hermanos litigantes prefieren preguntarle por su incidente en el páramo a pedirle que entre a resolver su conflicto de una vez.
Se dice también que es durante ese periodo cuando es el propio Moore, que por su oficio de leguleyo conoce perfectamente el latín, quien anota una primera salvedad a la traducción clásica de la piedra de Stonebeach. En aquella época la inscripción se interpretaba: “más allá de este altar sólo espera el desierto eterno”. Es Moore el primero que opina razonadamente que “focus” puede estar significando hogar en vez de altar, y que “vastitas” puede referirse a soledad y no a desierto. Así, lo reinterpreta de manera bastante parecida ya a la actual: "a quien cruza el umbral de su hogar sólo le espera la soledad eterna", exégesis más moralista, pero probablemente menos adecuada al propósito de la inscripción y, por supuesto, mucho menos elegante.
Casi cumplido el mes de su llegada a Stonebeach, Edward Moore vuelve a desaparecer. Nuevamente es luna llena, esto lo anota el secretario rápidamente, comenzando a desentrañar que Moore, en ausencia de otra explicación por el momento, es poco menos que un lunático. Esta vez, sin embargo, no les toma tanto de sorpresa. Los alguaciles, tras la visita del clérigo exorcista, habían organizado turnos de vigilancia, así que uno de ellos, al que le toca el turno de guardia esa noche, entre cabezada y cabezada lo ve salir en camisón de dormir por la puerta de atrás. Y tiene que asegurarse de que no está soñando cuando lo ve alejarse corriendo en dirección al páramo, a veces sobre sus pies a veces a cuatro patas, dando extraños saltos y profiriendo extraños alaridos. Así que el uno avisa al otro, y tras proveerse de un par de antorchas y de sus espadas, y tras organizar un cierto jaleo al que no queda ajeno el curioso pueblo, acaban saliendo en su busca con la nutrida compañía de al menos una docena de mozos de Stonebeach, también armados de antorchas, pero también con palos, martillos y guadañas.
La comitiva no tiene que andar mucho. Lo encuentran enseguida, tan sólo a una media legua de la posada. Está junto a un árbol, uno de los últimos que hay antes de llegar al páramo. Esta arrodillado junto a él, con la cabeza vuelta hacia el tronco. De lejos no se ve muy bien lo que hace, incluso alguien comenta que parece que está rezando. Pero al acercarse ven al Justica de Mouthsinn tratando de arrancar trozos de corteza con los dientes. Esa es la causa de las cicatrices de la cara, se está desgarrando la piel al hacer eso. Uno de los alguaciles le llama por su nombre. Moore se vuelve y salta hacia él como un animal salvaje. Y aún tiene tiempo de cortarle la yugular con sus dientes antes de que el otro alguacil le rebane la cabeza de un tajo certero.
La leyenda dice que la cabeza rodó ladera abajo y que quedó suspendida sobre las rocas del acantilado, donde se trabó y quedó convertida a su vez en piedra. Y es por eso que una de las piedras del acantilado de Stonebeach, que la imaginación hace aparecer como semejante al rostro de un hombre con una gran cicatriz entre la nariz y la boca, es conocida como la roca de la cara de Moore desde entonces.
¡Qué pasada!
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