Aprendí la tabla de multiplicar cantando, y los ríos del país, y luego el concepto matemático de límite, gracias a una canción que inventó una compañera en Bachillerato y que entonamos todos entonces en clase, alumnas y profesor. Los silogismos los estudié componiéndolos con rimas, cantando, me resultó ideal para preparar el examen de Filosofìa. Y normalmente, cuando escribo versos, me salen cantándolos, según suenan en mi mente los pongo sobre el papel, y en muchísimas ocasiones los escribo mientras escucho a mi pianista favorito. Si escribo prosa o teatro canto. El ritmo, la música. Cuando ando por la chopera, por dentro canto: los árboles, el arroyo, los pájaros, el firmamento y quienes juegan o pasean por el paseo me inspiran. Canto a veces espontáneamente por cualquier motivo, incluso canté hace muchos años en un grupo folk. Cuando toco la guitarra que me regaló mi abuela, también canto. Canto nanas, las canté antes, las canto ahora y las cantaré después. Pongo la radio y la televisión y canto con los cantantes. Canto cuando leo libros. Y cuando me entusiasmo con cualquier tipo de amor. Tarareo los conciertos. Cuando me río canto a la vida. ¿Y qué es cantar?. Tal vez un beso del Amor con mayúsculas, o una pequeña alondra dentro de nuestros corazones.
Cantar para este mundo desigual que necesita manos para trabajar y cambiarlo y ojos para mirar con alegría, cantar un nuevo Cantar de los Cantares entre los enamorados, cantar las etapas de la vida y con quienes amamos, cantar porque sí, gratuitamente, para crear belleza. Todo esto es mi propio cántico.