jueves, 26 de marzo de 2015

Cantando

Aprendí la tabla de multiplicar cantando, y los ríos del país, y luego el concepto matemático de límite, gracias a una canción que inventó una compañera en Bachillerato y que  entonamos todos entonces  en clase, alumnas y profesor. Los silogismos los estudié componiéndolos con rimas, cantando,  me resultó ideal para preparar el examen de Filosofìa. Y normalmente, cuando escribo versos, me salen cantándolos, según suenan en mi mente los pongo sobre el papel, y en muchísimas ocasiones los escribo mientras escucho a mi pianista favorito. Si escribo prosa o teatro canto. El ritmo, la música. Cuando ando por la chopera, por dentro canto: los árboles, el arroyo, los pájaros, el firmamento y quienes juegan o pasean por el paseo me inspiran. Canto a veces espontáneamente por cualquier motivo, incluso canté hace muchos años en un grupo folk. Cuando toco la guitarra que me regaló mi abuela, también canto. Canto nanas, las canté antes, las canto ahora y las cantaré después. Pongo la radio y la televisión y canto con los cantantes. Canto cuando leo libros. Y cuando me entusiasmo con cualquier tipo de amor. Tarareo los conciertos. Cuando me río canto a la vida. ¿Y qué es cantar?. Tal vez un beso del Amor con mayúsculas, o una pequeña alondra dentro de nuestros corazones.
Cantar para este mundo desigual que necesita manos para trabajar y cambiarlo y ojos para mirar con alegría, cantar un nuevo Cantar de los Cantares entre los enamorados, cantar las etapas de la vida y con quienes amamos, cantar porque sí, gratuitamente, para crear belleza. Todo esto es mi propio cántico.



viernes, 20 de marzo de 2015

Las miradas limpias

...Y estáis ahí, abuelito del buen humor y la tolerancia y  abuelita trabajadora y bella, como si la pátina del tiempo os mantuviera vivos. Estáis, ¿dónde estáis?, en un paraíso amoroso de alguna dimensión aún no descubierta por los sabios, en nuestros corazones también. Oigo latir en mí una canción de ganchillo y gorriones, de fuego avivado siempre por un fuelle antiguo en la lumbre baja, de animales de labor, de oraciones desde el viejo reclinatorio, de la sorpresa por la llegada del hombre a la Luna, de la huerta y la vendimia y la recogida de las aceitunas, los tortetes, las risotadas abiertas que salían de una mirada inerme ante el mundo. Vuestra casa sigue siendo pequeña, con el doblado lleno de objetos del pasado y un baúl con libros, y de la misma manera colmada vuestra casa con todas nuestras cosas y con todas nuestras vidas. Sé que nos protegéis, protegednos siempre, decídselo a los seres inocentes de vuestro cielo.
Y estáis ahí, con vuestra placa que reconoció vuestro mérito como trabajadores del campo, por San Isidro, tan ancianitos y felices los dos. ¡Cuánto os debemos!.  ¡Muchísimas gracias, muchìsimo amor!...

Infancia

...Jugábamos en el sembrado. A las espigas las imaginábamos  altas porque nosotros éramos pequeños. Miré las nubes anaranjadas, parecía que los ángeles planchasen aquellas nubes  con planchas de hierro como las de mis abuelas. El sol y la luna blanca benefactora conversaban. Varias mariposas saltaban como los pájaros. Nuestra madre, rubia reina humilde, con su cesto de mimbre lleno de ropa recién lavada en el arroyo, se nos acercó y nos dijo que era la hora de merendar. Pan y mínimas onzas de chocolate una vez en casa. Y luego hicimos nuestros deberes. Ayudamos a preparar la cena, sopa de ajo y sardinitas. Nuestro padre llegó cansado de su trabajo de obrero en  la fábrica, con su sonrisa alegre, y tocó la armónica. Nos reíamos y bailábamos. Mis hermanos y yo nos fuimos a la cama, por indicación de los dibujos animados de la tele. Nuestros padres se contarían después sus preocupaciones y los momentos felices del día y se besarían deseándose y deseándonos buenas noches, y buenas y largas vidas para toda su bendita estirpe de entonces y del futuro también.
Las estrellas de fuera y el pueblecito que parecía un Belén se enamoraban de un mundo, muy grande en los atlas, para transformarlo en pureza. Yo recé a un Dios invisible que no se parecía al del catecismo, mi Dios era comprensivo y estaba en la naturaleza y en ese firmamento desde donde se podía vislumbrar el origen de  la magia de la belleza.Soñé con las hadas madrinas. Al día siguiente, las cigüeñas revoloteaban sobre la plaza y la escuela. Y las dibujé con colores en mi cuadernito...