...Jugábamos en el sembrado. A las espigas las imaginábamos altas porque nosotros éramos pequeños. Miré las nubes anaranjadas, parecía que los ángeles planchasen aquellas nubes con planchas de hierro como las de mis abuelas. El sol y la luna blanca benefactora conversaban. Varias mariposas saltaban como los pájaros. Nuestra madre, rubia reina humilde, con su cesto de mimbre lleno de ropa recién lavada en el arroyo, se nos acercó y nos dijo que era la hora de merendar. Pan y mínimas onzas de chocolate una vez en casa. Y luego hicimos nuestros deberes. Ayudamos a preparar la cena, sopa de ajo y sardinitas. Nuestro padre llegó cansado de su trabajo de obrero en la fábrica, con su sonrisa alegre, y tocó la armónica. Nos reíamos y bailábamos. Mis hermanos y yo nos fuimos a la cama, por indicación de los dibujos animados de la tele. Nuestros padres se contarían después sus preocupaciones y los momentos felices del día y se besarían deseándose y deseándonos buenas noches, y buenas y largas vidas para toda su bendita estirpe de entonces y del futuro también.
Las estrellas de fuera y el pueblecito que parecía un Belén se enamoraban de un mundo, muy grande en los atlas, para transformarlo en pureza. Yo recé a un Dios invisible que no se parecía al del catecismo, mi Dios era comprensivo y estaba en la naturaleza y en ese firmamento desde donde se podía vislumbrar el origen de la magia de la belleza.Soñé con las hadas madrinas. Al día siguiente, las cigüeñas revoloteaban sobre la plaza y la escuela. Y las dibujé con colores en mi cuadernito...
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