jueves, 27 de marzo de 2014

El callejón del embrujo, de Cuentos armónicos

Cuando los ojos del joven Pirueta se contemplaron por primera vez en los ojos de Nube y, a su vez, los ojos de Nube se descubrieron también en los ojos de Pirueta, ambos eran unos niños.
Se conocían desde siempre, eran vecinos. Se habían mirado muchas veces, habían  jugado juntos, habían sido compañeros de clase, habían reñido con riñas infantiles o habían reído como descosidos, habían soñado en alto qué querían ser de mayores, ella profesora y él cómico, y también habían visto  los atardeceres sobre los campos o surcado caminos en bicicleta.
Si de niños salían en la misma pandilla, ahora ,de adolescentes, Nube y Pirueta formaban parte de grupos distintos. Ella volvía a casa sólo en vacaciones, pues estudiaba en un internado con otras chicas del pueblo, que se convirtieron en sus amigas íntimas, y él se había quedado en el pueblo tras perder a su padre, se había puesto a trabajar para ayudar a su familia y  había cambiado también de amigos.
Aquella noche de septiembre brillaba el baile con orquesta en la plaza. Se celebraban las fiestas patronales del benévolo Cristo de la Salud, pura misericordia y devoción de los paisanos. La noche presumía  cálida, alegre, salpicada de pasodobles y canciones de moda, algunas para bailar lento, enlazadas las parejas por cinturas y hombros, una noche de refrescos o alcohol, peñas y chocolate con churros a la madrugada, noche de confidencias o expresión corporal, sin límite de edad.
Pirueta y Nube se saludaron y  bailaron con el peculiar sentido del humor de él, que le hacía moverse interpretando quién sabe qué personajes, y con el gozo de ella, que le seguía los movimientos muy divertida, ajenos ambos a las miradas de los curiosos. Luego se sentaron en un banco y hablaron sobre sus vidas. Y después se fueron al Callejón del Brujo y allí se dieron su primer beso de amor.
Desde aquel día vinieron todavía algunos años más de separación física, por los estudios de ella, hasta que se casaron y formaron un hogar, con dos hijos encantadores. Con el tiempo ella maduró como profesora y él dedicó sus ratos libres a la comedia. Y alquilaron  un local en el pueblo, donde Pirueta contaba chistes, cantaba ironías con una guitarra, monologaba o se disfrazaba de personajes conocidos y los imitaba.
Poco a poco, a Pirueta mucha gente le apodó El payaso, no siempre con buena intención, hasta que el mismo Pirueta decidió que lo de payaso le iba bien y preparó un espectáculo para niños  en las siguientes fiestas. Decidió llevarlo a cabo en el Callejón del Brujo, su paisaje del alma, a la manera de  un teatro de calle, y los niños y niñas del pueblo participaron tanto que, además de payaso, se ganó el apodo nuevo de Flautista de Hamelín, como en el célebre cuento. Pero a Pirueta y a su familia esto no  les importó, es más, la familia entera empezó a trabajar el humor. Tal vez por eso fueron conocidos por otro mote, La familia Risión, y no porque actuaran mal, que eran geniales, sino por envidias a veces y por empatía en otras ocasiones.
Pasaron los años y los apodos se fueron acumulando según cada ocurrencia surgida de los espectáculos. Y los intérpretes siempre con la sonrisa en la boca, de manera que cuando los hijos crecieron y llegaron los nietos  al compás de la época de las nuevas tecnologías, uno de los hijos de Pirueta y Nube ya era un cómico famoso y el otro hijo  cómico de la Enseñanza. Los nietos también se sentìan orgullosos del buen humor de la familia.
Y, si en todos los pueblos los motes son lo más natural del mundo, llegó un momento en el que la gente prefirió volver a los orígenes, a hablar de Pirueta y Nube y de los hijos y nietos  de Nube y Pirueta, pues con el resto de los motes, que eran unos cuantos, ya no podían.
Sin embargo, no tuvieron más remedio que aceptar uno nuevo, última voluntad del viejo Pirueta, por referéndum si le hacían caso y si fuera posible: cambiar el nombre del Callejón del Brujo, el lugar de su primer beso de amor, por el de Callejón del Embrujo. Al fin y al cabo había dejado escrito en su testamento: " Si no hubiera sido por Nube, embrujo de mi corazón, nunca habría llegado a ser yo mismo, y, como la alegría la hemos transmitido a los nuestros y a todo el mundo, quiero dar un consejo a los hombres y es que se cuiden  los maridos y rían con sus mujeres, que yo me voy a hacer piruetas al cielo de las carcajadas, con mis amores en mente y sin más enseres".
El referéndum se llevó a cabo y se dio el sí por mayoría absoluta a la propuesta de Pirueta. El Callejón del Embrujo está vivo.

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