domingo, 23 de febrero de 2014

El cuadro

Me encontraba creando. Pintaba dos seres unidos por el cordón umbilical de la vida y al mismo tiempo libres. La joven madre y el niño vestían de blanco. Ella dejaba caer su trenza por el pecho, mientras miraba a su niño con ternura, y el pequeño se abrazaba a su madre con un gesto de felicidad. Alas que eran corazones nacían en las espaldas de ambos seres, dentro de un fondo trigueño con un sello floral de campanillas carmesí en la parte inferior izquierda del cuadro.
Con la última pincelada me retiré del caballete para ver el efecto de la composición. Por la ventana entraban la luz vespertina y los gorjeos de los pájaros. Pensé todo está como quiero. Sabía que mis pinturas nunca serían convencionales, tal vez resultarían difíciles de clasificar. Además, tardaba muy poco en hacerlas, con más emoción que técnica, aunque, eso sí, reconocibles por mi estilo. Pero no  sabía  expresarme artísticamente de otra manera.
Cuando más tarde me quedé dormida soñé con los seres del cuadro. En escenas sucesivas del sueño vi a la madre dar a luz tras un parto largo y al hermosísimo recién nacido acurrucado en  sus  brazos. Luego los dos crecían entre nanas y juegos y atravesaban la adolescencia del hijo y su juventud. De pronto algún sufrimiento les había engordado, pero después retomaban los dos seres su esbeltez y el hijo, ya maduro, caminaba por la vida de la mano de su propia familia y la madre se había vuelto a enamorar.
Al despertar creí seguir soñando. Me acerqué al cuadro y las miradas de la madre y el niño se conectaron conmigo. Sus labios se movían, me hablaban. Sus cuerpos volaban por el cuadro, salieron, revolotearon por mi frente, por mis brazos y mis piernas, se metieron en mi corazón. Les oí llorar, reír, cantaron. Finalmente regresaron a su lugar en el lienzo. Me froté los ojos y esperé durante un tiempo interminable, sosegándome, sentada en el sofá de mimbre. No sabía qué esperaba, tal vez volver a sentir el agradable estremecimiento de aquellas dos figuras encarnándose y rozándome, moviéndome, viviéndome, viviéndolas yo también. 
Le conté a mi hijo la experiencia. Estarías aún en duermevela, dijo, o se tratará de alguna alucinación.  Pero hay sueños que guardan una lógica en su misterio, a veces son tan nítidos que recordamos incluso sus detalles.
Hace treinta y cinco años que me ocurrió esta historia. Ahora soy una viejecita que tiene un compañero y mi hijo disfruta con sus hijos y sus nietos. Me rodea el amor por todas partes y doy mucho amor. Todavía pinto, aunque mis manos a veces tiemblan un poco, como si bailaran. Y siempre me he preguntado si cada inspiración de la vida, la cotidiana o artística,  nos lleva a nuestros sueños o si son los sueños los que inspiran la vida, con sus días y sus noches.  Sí, me lo pregunto porque tuve una visión que luego fue real. ¡Y hay tantas cosas que no he contado!. No crean que soy una loca de atar, no. Cuando se mira hacia adentro, la belleza está viva, sale de sí misma, nos quiere, la queremos. No es tan raro. 

4 comentarios:

  1. Se me ha colado una b donde debería haber escrito v, no he podido corregirlo, no lo había guardado en borrador. Ah, eso me pasa por escribir un relato improvisado, la emoción del momento y la b y la v una al lado de la otra en el teclado.Perdonad.

    ResponderEliminar
  2. ¡Sencillamente precioso! Qué calidez, qué delicadeza. Me atrevería a decir que en este mini relato hay un trozo de Lola. Gracias por darle magia a lo inadvertido y por tu sencillez.

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias a los dos, por percibirme y por corregirme.

    ResponderEliminar