En el principio fue el pan. Sobre los arroyos, sobre las casitas de adobe, sobre los cerros, sobre la comarca, siempre un vientecillo agreste con olor a harina.
Eran los tiempos remotos del convento franciscano y fray Pan se había ganado el apodo con creces. Si la primavera rezumaba esplendor o el verano gozaba con cereales y huertas, si el ocre otoño cosechaba uvas o tejía con delgadas lluvias hilos de melancolía en los ojos de los ancianos, si el invierno se mostraba desnudo entre copos de nieve, si se sucedían épocas de bonanza y de hambre, el diminuto frailecillo pasaba las horas amasando panes. Éste para mis hermanos frailes. éste para mis hermanos más necesitados, éste para mis hermanos animalillos,m pensaba. Y frailes, animalillos y necesitados se acostumbraban a la miga con corteza recién tostada.
Sin embargo, nadie sabía que fray Pan poseía vocación milagrosa o un don. Hacía mucho tiempo que fray Pan practicaba un voto secreto con el Dios a quien amaba, un voto personal que era un afán por curarlo todo.
Cada vez que fray Pan regalaba sus panecillos a otras manos, creía adivinar en los rostros de los demás los problemas de sus cuerpos y de sus almas, Entonces, frente a ellos, en su corazón, pronunciaba en un santiamén sus palabras preferidas: ¡¡¡En el principio fue el pan, amado Dios de la salud, obra, por tu amor, gracias!!!. Y llevaba su mirada hacia donde él creía que estaban los dolores de sus hermanos y hermanas y sonreía con labios confiados a niños y niñas, a mujeres y hombres de todas las edades, esperando que el cielo escuchase y respondiera. Y lo mismo le ocurría si se topaba con un pájaro herido, con el pétalo caído de una flor, con alguna roca agrietada o con el río del monte Alamín. A todo ellos rociaba con miguitas de pan, rindiéndose ante la voz de la deseada salud y la belleza de los seres. Así era fray Pan.
A menudo, sus oraciones se cumplían, como cuando una moza vieja descarriada encontró marido, como cuando tres huerfanitos enfermos sanaron al mismo tiempo, sin que nadie comprendiera por qué ni cómo, y como cuando un copista del convento, que había perdido totalmente el juicio, se levantó una mañana recitando y dibujando pasajes de las Escrituras y, muy entusiasmado, volvió a la biblioteca, liberado de su larga pesadilla.
¡Prodigio, prodigio, prodigio!, exclamaban en estos casos aldeanos y frailes, las cabezas se hacían preguntas y muchos recobraban una fe que esperaban que moviese las montañitas del lugar,es decir, los cerros, y también los arroyos, y las casitas de adobe, y la comarca. Esa fe, en bastantes ocasiones, resultaba eficaz, aldeanos y frailes se alegraban con sus propias plegarias.
Cuando fray Pan padeció durante un mes entero unas extrañas fiebres que le provocaban huídas del lecho de su celd, fuera la luz del sol o la luz de la luna, a menudo llevándole a abrazarse a los árboles, diseminados por las tierras de labor, o a recorrer las estrechas callejuelas de la aldea, predicando en alto, sin querer las palabras de su voto secreto:¡¡¡En el principio fue el pan,amado Dios de la salud, obra, por tu amor, gracias!!! y, rozando a uno el pie, a otro la mano, a otra el pelo, a otro las pezuñas, a otra su tallo vegetal, los asustados y pacientes frailes corrían en sus busca, a no ser que los mismos lugareños le devolvieran al convento, tras ofrecerle los mendrugos que mendigaba el fraile para sus milagros. Ni el médico de aquellos contornos sabía cómo bajarle la calentura. Y el escándalo, que unos compadecían y otros, los más insensibles,condenaban, la aparente locura, llegó a oídos del alto clero, que estaba tan desconcertado como el resto de la población y opinaba de forma dispar.
Pero la enfermedad pasó, como pasa un terquísimo nubarrón, y fray Pan recobró la cordura y aún vivió durante bastantes años más. El pobre fray Pan no recordaba nada de lo sucedido, si alguien le hablaba del asunto, sencillamente decía: Sólo Dios obra maravillas, hermanos, seamos instrumentos de su paz. En su interior se sentía avergonzado, indigno, pero, por si acaso, con el correr del tiempo, continuó con el sentido de su vida, manteniéndose fiel a su voto secreto. Y el Dios de la salud se apiadaba de fray Pan y le dejaba ser él mismo, porque el frailecillo era un buen hombre que deseaba el bien.
A fray Pan le llegó su hora. Su entierro fue muy humilde, con las personas y animalillos que le apreciaban, incluso el conde le obsequió, a través de uno de sus sirvientes, con un ramillete de margaritas, alguna razón tendría. Tras la despedida al fraile, a medianoche. los más pobres entre los pobre, los que dormirían un tanto ebrios, al fresco, bajo la luna llena, se quedaron embobados al descubrir a fray Pan con otro pan bajo del brazo, elevándose hasta una luna que cambió de color y que, por unos instantes, produjo una aureola de alba hasta que fray Pan desapareció para siempre en el reino de la hermana noche. En el principio fue el pan, se dijeron los más pobres entre los pobres, y se quedaron dormidos.
Luego estos pobres contaron lo que habían visto y muchos creyeron en ellos, en parte porque apreciaban a fray Pan y sobre todo, porque amaban al Dios de la salud, que podía mover con su amor las montañitas del lugar, es decir, los cerros, y también los arroyos, y las casitas de adobe, y la comarca.
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