Los abuelos maternos vivían en una casita blanca, situada junto a una morera. La fachada de la casa era alta y encalada, con una puerta con llamador y otra falsa de madera, dos ventanas con rejas y un ventanuco arriba, donde el doblado. Por dentro, a ambos lados del pasillo principal de la vivienda, se disponían las habitaciones y, al fondo, otra puerta daba acceso al amplio corral, animado por el pozo, los frutales, la cuadra del burro y el burro, los aperos y los gatos.
En el pequeño comedor de la casita la caracola reposaba sobre una máquina de coser antigua. Los cuadros marineros de las paredes la miraban melancólicos. Un par de sillones de mimbre tocaban la luz que se filtraba por los visillos blancos. La cómoda se adornaba con un jarrón de flores, las sillas de enea rodeaban a la mesa y una lámpara de cristal se reflejaba en un espejo.
¡Cuántas veces la abuela nos había puesto en el oído la caracola, tan grande y hermosa, con su sonido de mar!. Todos los nietos adorábamos la historia de la caracola.
Algunos de nosotros la supimos un día de invierno, cuando el abuelo llegó del trabajo y mis hermanos, dos primos y yo nos sentamos sobre cojines en el suelo de la cocina. La abuela guisaba en la lumbre. El abuelo se había acomodado en su sillita baja y merendaba torreznos con pan, nosotros también merendábamos. Mientras, en el comedor, mi madre y mi tía cosían unas cortinas. Por fuera llovía, se escuchaba el roce de la lluvia en el tejado, pero el calor del fuego nos servía de abrigo.
- Así que queréis que os cuente la historia de la caracola, empezó el abuelo
-¡Sí, sí, sí, sí, sí, sí, sí!, dijimos nosotros
- Es una historia muy larga, propuso la abuela al abuelo. Resúmesela un poco, que si no se van a quedar dormidos y todavía no han cenado.
- Será mejor, apuntó el abuelo, porque en cuanto vuestras madres terminen de coser, que les quedará poco, os llevarán a casa. A ver si escampa también.
- ¡Venga, abuelo, cuéntanosla!.
- Esperad, esperad, voy a traer la caracola. El abuelo tardó muy poco en traerla y, de paso, se trajo a mi madre y a mi tìa, que prefirieron dejar la tarea para otro día y escuchar, sobre el escalón de la alacena.
- Bien, contó el abuelo, ésta es la historia: la caracola ha conocido mucho mundo. Cuando muchos esclavos fueron llevados a América, arrancándoles de sus familias y de su tierra de origen, parece ser que un hombre del pueblo, que se había embarcado para ultramar como soldado, se enamoró perdidamente de una esclava negra. Consiguió, con mucho valor y pasando grandes dificultades, llevarse a su enamorada lejos del lugar donde los negros eran explotados. Escapó con ella hasta llegar a la costa y allí se juraron amor eterno, una vez que se habían topado con esta caracola en la playa, que les sirvió como símbolo de su amor. Posteriormente, algunos de sus descendientes, después de muchísimos años, hicieron fortuna y pudieron cruzar el charco, haciendo el camino de regreso a África. Pasaron por nuestro pueblo y buscaron a sus parientes aquí y hallaron en nuestea familia a los parientes que buscaban. A mi bisabuelo le dejaron la caracola como recuerdo y se marcharon a sus raíces. Es decir, somos una familia con la sangre mezclada. Por eso pensad siempre que ningún hombre ni ninguna mujer debe ser esclavo de otro o de otra, y que no importa el color de la piel. Llevad con orgullo el significado de la caracola, que os pertenece. Todos los años tenemos correspondencia con nuestra familia africana. Cuando seáis mayores, espero que pidáis encontraros con ellos.
Nos había emocionado a todos. Aún estuvimos un rato comentando la historia y haciendo preguntas, que el abuelo y la abuela respondían con mucho agrado.
La lluvia continuaba. Su sonido se parecía al sonido de la caracola, cuando nos parecía escuchar las olas. Nos pasamos la daracola de unos a otros y la abrazamos.
Entonces llegó mi padre, que traía unos paraguas, acompañado por nuestro tío, que venía de hacer un recado. Les explicamos lo que habíamos estado haciendo y se mostraron muy complacidos. Luego nos fuimos todos a cenar a nuestras respectivas casas, tras unos cuantos besos.
Aquella noche yo creo que todos nos dormimos con la hstoria de la caracola en la cabeza. Y a partir de aquel día, cada vez que íbamos a la casa de los abuelos, veíamos en la caracola mucho más que lo que antes habíamos visto.
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